El cáncer de ovario es una de esas patologías que se gana, con triste justicia, el apelativo de “asesino silencioso”. Su sigilo en las etapas iniciales es su mayor arma, ya que los síntomas suelen ser tan inespecíficos que se confunden fácilmente con molestias digestivas o trastornos comunes. Esta característica es la que hace vital que la información fluya y que todas las mujeres, sin importar su edad, conozcan las señales de alarma. No se trata de generar alarmismo, sino de fomentar una conciencia que permita actuar a tiempo. La detección precoz no es solo un eslogan; en este tipo de cáncer, puede ser sinónimo de supervivencia.
Los síntomas como la hinchazón abdominal persistente, el dolor pélvico sordo pero constante, o la sensación de saciedad inmediata al comer, son señales que nuestro cuerpo envía y que no debemos normalizar. Cuando estos se presentan de forma conjunta y persistente durante más de dos o tres semanas, la consulta médica deja de ser una opción para convertirse en una necesidad urgente. Comprender los factores de riesgo, desde la herencia genética hasta la edad, nos empodera para tener conversaciones más claras con nuestros médicos y para considerar pruebas genéticas si nuestra historia familiar así lo sugiere.