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Para que quede realmente cremosa, asegurate de que todos los ingredientes estén a temperatura ambiente antes de comenzar. Esto ayuda a lograr una textura más uniforme y evita grumos.
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Si te gusta con un sabor más intenso, podés reemplazar parte del queso crema por mascarpone, lo que le da un toque distinto y muy especial.
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El punto justo de cocción es cuando el centro todavía se ve un poco tembloroso; al enfriarse se termina de asentar. No la cocines de más, porque puede quedar seca.
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Usá siempre un molde desmontable y, de ser posible, con papel manteca en la base. Esto facilita el desmolde y mantiene la forma perfecta de la tarta.
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Podés acompañarla con coulis de frutos rojos, mermeladas caseras, salsa de caramelo o simplemente crema batida. El contraste entre lo ácido y lo dulce hace que cada bocado sea más especial.
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Si buscás una versión más liviana, podés reducir la cantidad de azúcar a 150 g o usar miel y stevia como alternativas naturales.
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Para conservarla, guardala en la heladera bien tapada. Dura hasta cuatro días sin problemas y con el paso del tiempo va ganando firmeza sin perder cremosidad. Incluso podés congelarla, y al descongelar conservará su sabor y textura.
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Si querés innovar, probá añadir ralladura de limón o naranja a la mezcla. Ese toque cítrico realza el sabor y aporta frescura.
Una receta simple, cremosa y tentadora que no puede faltar en tu mesa.
Guardala porque seguro la vas a repetir muchas veces.